Estrabón (63 a. C.-19 o 24 d.C.) ya
hablaba de ellas en su obra magna. El geógrafo, que nunca había pisado la
Bética, tomó prestado el dato del estoico Posidonio (135 a.C.-51 a.C.), quien sí
había estado en Gades estudiando el flujo de las mareas y allí había recogido la memoria de una
expedición realizada por Euxodos de Cnido en tiempos del monarca egipcio Evergetes
II (146-117 a.C.). El sabio griego había llegado a la bahía gaditana con la
intención de circunnavegar África para lo cual, nos informa el autor de Geografía,
“fletó un gran barco y dos navíos menores, semejantes a los de los piratas;
embarcó muchachas músicas, médicos y otros técnicos, y se hizo a la mar,
hacia la Indiké, empujado por los vientos zéphiros” (Geog. II, 3,
4).
Tales muchachas músicas eran sin lugar a dudas esas
bailarinas que tenían reconocida fama en todo el Imperio y a las que se conocía
como puellae gaditanae, incluso si, aunque béticas, no eran nacidas en
Gades.
En Roma, estas bailarinas eran tan famosas y deseadas o más
que las sirias por sus danzas sensuales y juguetonas y sus cantos insinuantes y
a veces tan picantones como un cuplé carnavalesco. El poeta Marcial cuenta que
en la entrada triunfal de Cecilio Metelo tras las guerras sertorianas (74 d.
C.) en el cortejo desfilaron muchachas de Gades que llamaban la atención por sus
pies traviesos y el son de sus crusmata baetica (castañuelas). Y Plinio
el Joven se queja en una carta dirigida a su amigo Septicio de que este haya
rehusado sus humildes manjares y sencillas diversiones por asistir a un
banquete en el que le ofrecieron “ostras, coñetas, erizos de mar y gaditanas”
(y no, no lo invitaron a comer en la Caleta, que el banquete tuvo lugar en Roma
y no en Gades). Y el antes citado Marcial también invita en uno de sus Epigramas
(V.78) a su amigo Toranio a una cena modesta sin gaditanas, de las que tiene
una opinión fluctuante: lo mismo las considera lascivas y rebuscadas que se
solaza en describirlas con deleite y espera impaciente pasar una velada junto a una
de ellas.
Mucho más pacato se muestra Juvenal quien, tras pintar a las
bailarinas como la lujuria personificada, afirma que ese tipo de espectáculos no entraría en
su casa (Sat. XI. 162 y ss.): “Acaso esperes muchachas gaditanas que en coro
se pongan a entonar lascivos cantos de su país y enardecidas por los aplausos,
exageren sus temblorosos movimientos de cadera, y las jóvenes esposas que,
tendidas junto al marido, contemplan este espectáculo que sólo contado en su
presencia debiera ya ruborizarlas. Son acicates de unos deseos languidecientes
y estímulos apremiantes de nuestros ricos. Mayor es, sin embargo, esta
voluptuosidad en el otro sexo, que se excita con más viveza y, pronto al placer
que se mete por ojos y orejas, provoca la incontinencia. Estas diversiones no
caben en mi casa. Escuche esos repiqueteos de castañuelas, esas palabras que ni
siquiera pronunciaría el esclavo desnudo que permanece en el maloliente
lupanar; gócese con esos gritos obscenos y con todo refinamiento del placer
aquél que ensucia con sus vomitonas el mosaico lacedemonio; nosotros perdonamos
esos gustos a la Fortuna”.
Pero estas muchachas de Gades no sólo se podían encontrar en
fiestas y banquetes, sino que también pululaban por las calles donde merodeaban
sobre todo por los alrededores del Circo Máximo. Eran jóvenes religiosas que se
consagraban al dios Príapo bajo cuya protección ponían sus instrumentos
musicales e incluso a ellas mismas.
Pero no sólo escritores y poetas han dejado testimonio de la
existencia de estas tanto deseadas como denigradas bailarinas. También contamos
con algún que otro testimonio plástico de ellas, como el grupo de danzantes que
puede observarse en el relieve de Aricia, en el que destacan tres mujeres de
espaldas y con los brazos levantados que se contonean vestidas con finas túnicas
y portan crótalos en sus manos en un baile que recuerda mucho al descrito por
Marcial o Juvenal. En otra zona de este relieve aparecía otro grupo de
danzantes del que sólo se conserva completa la figura de una joven que baila
con la túnica remangada en la cintura mientras entrechoca dos bastones entre
contorsiones de cintura. De otra danzarina sólo se conservan una mano y los
bastones, y la escena la completaría un bailarín. Tal escena puede representar
la fiesta del Navigium Isidis o Navigium Veneris (de las naves de
Isis o de las naves de Venus) que tenía lugar en muchos lugares del Imperio
durante el primer plenilunio de la primavera y cuyo ritual aparece descrito en
el libro XI de El asno de oro de Apuleyo, fiesta que en Gades gozaba de
mucha antigüedad.
En un mosaico encontrado en el jardín de Santa Sabina, en la
ladera del Tíber y muy cerca del Aventino, donde estaban los templos de Juno y
Zeus, y que hoy puede contemplarse en los Museos Vaticanos, podemos ver en los
laterales dos escenas similares: una bailarina sentada entre dos músicos
vestidas con túnicas trasparentes y con los brazos levantados y las caderas
contoneadas. La bailarina de la derecha toca los crótalos mientras que la de la
izquierda ejecuta un paso de danza. La presencia de un enano da un toque jocoso
que nos habla de las ejecuciones de las bailarinas gaditanas.
El origen de estas danzas habría que buscarlo en los
rituales sagrados de Astarté, la gran diosa fenicia, que poco a poco fueron
perdiendo su carácter sacro hasta convertirse en un juego sensual, un
divertimento muy del gusto tanto de la plebe como de los patricios adinerados
que contrataban los servicios de las puellae para agasajar a sus
invitados en sus ostentosos banquetes.
Curiosa la historia de estas muchachas, ¿no? En nuestra ruta
por Baelo Claudia tendréis la oportunidad de conocer a una de ellas, de que os
hable de su azarosa historia, de sus rivalidades, de su pasado de gloria y su
final junto a las olas que vienen a romper en la ensenada que acuna la ciudad de
las factorías.
Afrodita Gallipyge o de hermosas caderas (Museo de Nápoles). ¿Tuvo como modelo a una conocida puella gaditana?