Una de las mayores decepciones que suelen llevarse los estudiantes cuando acceden por primera vez a la historia del arte consiste en el descubrimiento de que una gran parte de las más famosas esculturas griegas no las conocemos por su original, sino por las copias romanas que de tales obras nos han llegado. Se nos queda entonces el cuerpo con la misma impresión que tendríamos si en lugar de contemplar en el Louvre el retrato que el genial Leonardo pintara a Lisa Gherardini a lo único que pudiéramos acceder fuera al trabajo de un copista o si en el Prado en vez del original velazqueño de Las Meninas estuviera colgada una falsificación.
Y no es para menos. Por más que la copia goce de una considerable calidad, nunca puede ser igual al original: existen detalles que no se captan, el equilibrio no es el mismo y, lo más importante, en la copia falta vida. Aun así, siempre nos queda el consuelo de que, de no ser por ese afán imitativo, a lo sumo sólo habríamos conocido por referencias obras como el Discóbolo, el Diadúmeno, la Atenea Prómacos o la que ahora nos ocupa, el Doríforo, entre otras muchas.
El
Doríforo (portador de la lanza) es una escultura del griego Policleto realizada entre los años 450 y 455 a.C. El original fue esculpido en bronce, material de alto valor y fácilmente reciclable, por lo que no es difícil imaginar por qué se perdió. Representa a un joven atleta desnudo en la máxima plenitud de su fuerza, vitalidad y belleza. La figura masculina es presentada en actitud de marcha, con una lanza sobre el hombro izquierdo y la cabeza ladeada hacia la derecha. En su rostro se pinta una leve sonrisa y su mirada está perdida y distante. La obra, un característico encargo de la clientela aristocrática para ofrecer en un santuario, aunque pertenece al periodo clásico, aún presenta algunos rasgos de arcaísmo. El cuerpo se encuentra en postura de contraposto y se puede observar claramente el eje vertical, ya que la figura fue concebida para ser vista de frente, pero con una simetría opuesta y dinámica que dota a la obra de una gran plasticidad.
En esta obra es un claro ejemplo práctico del famoso canon de las siete cabezas del escultor, que fue considerado modelo de las proporciones del cuerpo humano y plasmación del ideal de belleza.
La cabeza tiene la medida justa (una séptima parte de la altura total), y podemos afirmar que nuestro amigo presenta diartrosis, pero no, no es que el modelo estuviera enfermo ni le doliera nada, que era muy joven, diartrosis se denomina en teoría del arte a la división que podemos observar entre el tronco y las extremidades que se marca en un profundo pliegue inguinal y en unos exagerados pectorales y cintura.
A este buen mozo, que por su tamaño representaba a un héroe, posiblemente Aquiles, a pesar de haberse perdido, teníamos el gusto de conocerlo por diversas copias romanas encontradas: dos de ellas están en Florencia, en los Uffici; otra cruzó el charco y ahora reside en el Instituto de Artes de Minneapolis; la que fue encontrada en Villa Adriano forma parte de la colección de los Museos Vaticanos, donde sus atributos viriles fueron cubiertos por una hoja de parra; y la mejor conservada apareció en la Palestra Samnitica de Pompeya y se le dio alojamiento en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
Sin embargo, en 2012, un equipo de arqueólogos encontró otra copia en mármol blanco con vetas grisáseas de la isla de Paros, la única hallada en Hispania, en un emplazamiento que permitirá un buen estudio de esta copia, ya que se trata de un conocido yacimiento andaluz.
Sí, a pesar de que con toda probabilidad salió de un taller griego, podemos afirmar que nos encontramos ante un "
Doríforo andaluz" o, mejor dicho, un "
Doríforo bético", puesto que en estos lares ha permanecido desde que en la Antigüedad, alguna corvita o prosumia lo trajera hasta hasta nuestras tierras.
¿Dónde fue hallada y dónde se encuentra actualmente tan renombrada pieza? Se trata de un lugar señero en nuestro patrimonio. Si queréis conocerlo con nosotros, os emplazamos para la próxima ruta de Litterocio.